Julian tenía 15 años y guardaba un secreto que le ocultaba a todos: le gustaba usar ropa femenina, especialmente la de su madre. Cada vez que tenía la oportunidad, se sumergía en su mundo secreto, disfrutando de la sensación de la ropa contra su piel.
Viernes, 4:00 p.m.
Cuando su madre le dijo que iba a salir con sus amigas, esperó pacientemente hasta quedar solo en la casa. Observó por la ventana y vio a su madre salir, llevando un llamativo y sexy vestido rojo que se ajustaba perfectamente a sus curvas. Miró cómo un auto se detenía frente a la casa y ella subía, riendo con sus amigas.
En ese momento, Julian hizo su jugada. Entró en la habitación de su madre, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Se desvistió rápidamente y caminó hacia el tocador. Abrió el cajón superior y sacó un par de bragas de encaje. Se las puso, sintiendo la suave tela contra su piel, y luego tomó un sujetador, ajustándolo cuidadosamente.
Miró entre la ropa de su madre, contemplando las opciones con creciente emoción. Vestidos de colores vivos, faldas de diferentes estilos, blusas de seda y leggins ajustados. Finalmente, notó las prendas que su madre había usado todo el día: una blusa blanca y unos jeans, todavía impregnados del perfume floral y la fragancia de una mujer madura. Sin dudarlo, se deslizó dentro de las prendas, inhalando profundamente el aroma que tanto le gustaba.
Al ser delgado, la ropa le quedaba algo holgada, lo que le recordaba su deseo de tener curvas pronunciadas como las de su madre una total mujer madura. Se miró en el espejo, imaginando cómo sería tener un cuerpo como el de ella. Esa fantasía siempre lo había acompañado.
Sintió un cansancio repentino, y sabiendo que su madre no volvería en un buen rato, decidió recostarse en la cama, envuelto en la suavidad de las prendas que había tomado prestadas. Cerró los ojos y se dejó llevar por el suave aroma, cayendo en un profundo sueño. En su sueño, se veía ocupando el lugar de su madre, caminando con una gracia y elegancia innatas.
Su femeinidad se notaba sus tacones resonaban cuando daba un paso, Las miradas de admiración de quienes la rodeaban reforzaban la sensación de feminidad que emanaba. Julian sentía el peso de las joyas en sus orejas y el suave balanceo de su cabello largo sobre sus hombros. Era como si hubiera nacido para ser esa mujer.
Al despertarse, sintió algo extraño. Notó el cabello en su cara y, al tocarlo, se dio cuenta de que era largo y castaño. Se sentó rápidamente, en pánico, y vio que su cuerpo había cambiado. Ahora tenía caderas anchas y un trasero voluptuoso. Las prendas que antes le quedaban holgadas ahora le apretaban de una manera diferente.
Corrió a la sala de estar y vio que sus manos estaban pintadas de rojo. Miró hacia abajo y vio que 2 grandes senos tapaban susnpies. Se miró en el espejo y vio su rostro maquillado. Al mirarse, comenzó a olvidar lo que estaba haciendo. Sentía miedo al recordar quién era, pero lentamente comenzó a recordar su vida como una versión de su madre, Melania.
De repente, recordó que estaba a punto de salir con sus amigas. Miró el reloj en la pared: eran las 2:00 p.m.
—Aún tengo tiempo — dijo para sí misma.
Se dirigió al baño y se metió en la ducha, disfrutando de la sensación del agua caliente deslizándose sobre su nuevo cuerpo. Sentía cómo cada gota relajaba sus músculos y acariciaba su piel con una calidez reconfortante. Cerró los ojos por un momento, dejando que el vapor envolviera su cuerpo y despejara su mente. Cada curva y contorno de su figura de mujer madura le resultaba fascinante y exótico.
Se tomó su tiempo, acariciando su piel y explorando su nueva silueta, sintiendo una mezcla de asombro y aceptación.
Al salir, se miró en el espejo empañado y, al limpiar una parte con su mano, se maravilló con su reflejo. Las curvas eran perfectas, su piel radiante.
Se envolvió en toallas suaves y perfumadas, deleitándose en la fragancia floral que impregnaba el aire y se aferraba a su piel.
Mientras caminaba hacia su habitación, todavía envuelta en las toallas, se encontró con su "hijo" en el pasillo. La visión de él le provocó una oleada de recuerdos borrosos y confusos. Había algo familiar, en su manera de moverse, que la hacía sentir un extraño déjà vu. Sin embargo, la sensación se desvaneció rápidamente mientras continuaba su camino, concentrándose en la emoción de su reciente transformación.
—Julian, ¿has estado husmeando en mi habitación? — le preguntó con una voz que ahora sonaba más autoritaria.
El Julian de esta realidad se mostró nervioso y se fue rápidamente a su habitación, evitando el contacto visual.
Melania comenzó a arreglarse, mirando su reflejo con admiración. Aplicó el maquillaje con destreza, delineando sus ojos y realzando sus labios con un rojo intenso. Tomó unas bragas limpias y se las puso, sintiendo la comodidad de la tela. Entre su ropa, eligió un llamativo vestido rojo y se lo colocó, apreciando cómo se ajustaba a sus curvas. Para entonces, ya eran casi las 4:00 p.m.
Sonó una llamada; tomó el móvil y escuchó la voz de su amiga:
—Chica, ya vamos por ti.
Rápidamente, se puso unos tacones altos, se colocó los aretes y, con su bolso sujetado con la axila, se despidió de su hijo:
—Ya me voy, cariño.
Caminó hacia la salida, miró a la ventana y vio a su "hijo", sintiendo un déjà vu que la hizo detenerse por un momento. Pero rápidamente desechó la sensación y subió al auto con sus amigas.
Pronto, estaba celebrando con ellas, disfrutando de la compañía y la alegría de la noche. Mientras reía y conversaba, una pequeña parte de ella se preguntaba si todo había sido un sueño, pero decidió no darle más vueltas y disfrutar del momento.
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